El sonido atrapado en la onda, exento de forma, busca agarrar fieramente a la materia, esclava del movimiento, para encarnarse. El cuerpo es agarrado en un abrazo desesperado por ese ente rabioso, siente su aliento en cada uno de los poros de su piel, siente la vehemencia de su murmullo. Siente también el frío roce de su grito en el pelo, y aún cuando su presencia abandona el cuerpo, permanece su sensación en los sentidos como un fantasma.

¿Dónde habita esta catarsis? Lejos de lo extraordinario, tan cotidiano como la violencia de lo que se destruye, el horror de lo que desaparece. Concentrada en esos núcleos oscuros donde la electricidad se disipa para siempre, como voces que colapsan agónicamente entre sí sobre una gélida plancha de hierro que rápidamente se oxida. Como un cuerpo que cae gritando por una degollada antes de chocar contra el callado. Como la carne desfigurada repentinamente que nunca más va a unirse y el aroma de la sangre en las fauces de la bestia, convertida ahora en sacerdote.

Para reconstruir este acto ritual estaremos en el equipo PARA el día 4 de Abril con una muestra interdisciplinar (danza butoh y música) donde el sonido y el movimiento penetrarán en esas zonas dormidas dentro de nosotros, aquellas que la mente encierra en las frías catacumbas del dolor, pero que debemos guardar en nuestra jaula interior y tratar con la delicadeza de una cría recién nacida, pues ese indefenso ser es el que gestará en nosotros el despertar del silencio. Un conjuro en el que Dios se quitará el profiláctico ante nuestros ojos.